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La vida es relación; con sí mismo, con el prójimo, con las cosas, con todo lo que nos ofrece la naturaleza, con el Universo…
Pero lo que podría ser una comunión, un encuentro existencial vivo, palpitante, lo convertimos en dependencia.

¿Por qué dependemos? Sin la dependencia, sutil o grosera, sin poseer cosas, personas e ideas, uno se siente vacío, siente que carece de importancia.

En estado de inconciencia, con un pequeño ser identificado con el inocuo “yo”, la persona siente que no es nada, aunque piense que es un espíritu puro o un ángel caído en desgracia.

Entonces, para evitar la terrible noción de ser nada, decide “ser algo”, lo que sea, para lo cual decide pertenecer a ésta o a aquella organización, a esta iglesia, a este clan, a este club, a cierta creencia.
Como la dependencia le da la sensación de ser, de pertenecer, ahora es feliz.

Ahora, desde esta pérdida de libertad interior, desde este estado de enajenación, pretende relacionarse, lo cual es imposible.

La comprensión consciente de su esclavitud lo libera de sus cadenas y, ahora sí, podría descubrir la belleza sublime que está oculta en la relación auténtica, que es el encuentro existencial con el otro.

Compilado por:

Enrique González Ospina.

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