El apego es, esencialmente, la dependencia emocional de algo o alguien: un objeto, una persona, una actividad, una imagen, una creencia…
La persona apegada ha entregado su alma, su libertad interior, a cambio de placer, seguridad o un dudoso sentido de autorrealización.
Es como si la persona careciera de vida propia, de un centro de gravedad dentro de sí misma, de autonomía para existir, como las mascotas cuya vida interior depende del estímulo o el reproche de su amo. No puede vivir sin el gesto del amo.
La persona apegada vivirá convencida de que sin esa relación estrecha, obsesiva, adherente y condicionante, le será imposible ser feliz y alcanzar sus metas vitales.
El apego corrompe el ser del apegado.
¿Cómo liberarse de esta adicción tan común en la humanidad?
La libertad no se halla buscando el desapego, lo que es un imposible, porque cuando hay apego la persona es sólo eso, toda ella, su cuerpo, su mente y su emoción. En este estado, el desapego no existe. La libertad se encuentra mediante la observación pura, sin pensamiento alguno, del movimiento del apego: surge, cambia, crece, produce sufrimiento, desilusión… y abandono.